domingo, 30 de noviembre de 2008

Momento de decisión

Juan Carlos regresó después de lo que nos parecieron horas, del Hotel Victoria Plaza donde lo había llamado el Dr. José Antonio Mora Otero mis padres se habían quedado a esperarlo y confirmó que Papá había acertado en su pronóstico. El Presidente Joge Pacheco Areco le había ofrecido la cartera de Relaciones Exteriores vacante por la renuncia del Canciller Jorge Peirano Facio y la había aceptado. Con una única condición: que Juan Carlos fuera quien le acompañara como Subsecretario. Habiendo regresado hacía muy poco de Washington después de vivir allí 12 años y estando enfermo necesitaba tener a su lado a alguien de su absoluta confianza. Era lógico que pensara en alguien cuyo trabajo de 9 años en la OEA lo hacía conocido y esperaba que le contestara afirmativamente. Y cuanto antes porque el lunes comenzaba la reunión de Cancilleres de OEA en Costa Rica y debía estar allí. Juan Carlos le pidió el tiempo de hablar conmigo para conocer mi opinión antes de dar la respuesta.

Conocía bien la vocación de Juan Carlos por el servicio público, larga tradición de familia tanto por parte de los Blanco como de los Acevedo, así como su deseo -que ya había demostrado con su opción del empleo en la OEA- de hacer lo que estuviera en su mano por su país, en especial en los momentos difíciles por los que pasaba entonces. Sin embargo no podía dejar de considerar el aspecto económico que la respuesta implicaba para nosotros. Dado el aumento de nuestra familia, dos hijos más de los que teníamos cuando compramos la casa anterior, ahora María Celia de 10 años, María Luisa de 9, María Elena de 7, Juan Carlos de 5 y Daniel de 4, decidimos comprar una más grande. Lo hicimos por una permuta hacía apenas 15 meses, en la Rambla, Tomás Berreta 6699. Por supuesto de mayor precio, que incluía además de la otra casa, los dos autos, un terreno en la calle Santander y lo que me preocupaba en esos momentos era que se completaba con una importante hipoteca. De fácil cumplimiento cuando se realizó, dado que Juan Carlos ganaba en la OEA un sueldo excelente y además lo recibía en dólares americanos.

Por supuesto pensé inmediatamente que Juan Carlos quería hablar conmigo pensando en esa hipoteca. Nunca fueron parte de sus múltiples intereses los aspectos económicos ni de dinero, quizás por falta de interés. O quizás por falta de tiempo, ya que desde que nos casamos siempre trabajó muchas horas por día primero, estudiando y con un empleo, luego con dos empleos de tiempo completo, después full time en el Ministerio. Así, en la división de tareas en el matrimonio a me tocaron las mejores: el hogar y los hijos, y también las peores: las gestiones, los pagos y los gastos. A fin de mes cuando cobraba, Juan Carlos me daba el sobre con el sueldo reservándose una pequeña cantidad para café y cigarrillos. En esa época tomaba 24 expresos y fumaba 2 cajas de Republicana diariamente, hábitos perjudiciales que un día con una gran voluntad decidió abandonar y lo hizo, gracias a Dios. Nunca se ocupó de compras ni de su ropa, no salía con sus amigos sino que los invitaba a casa, tampoco fue de ruedas de café ni de bar. Una anécdota en la familia es "EL pantalón sport que se compró Papá", lo único que se compró en su vida, obligado, una vez en la Embajada en Nueva York en que yo estaba de viaje y él tuvo que asistir a un almuerzo informal de trabajo.

No tuve la menor duda que si le decía que no aceptara el ofrecimiento, su respuesta al Dr. Mora sería negativa. Tampoco tuve ninguna duda de que si así fuera, sería siempre una piedra en nuestro matrimonio y en nuestro amor. Y nuestro amor era, y es, infinitamente más importante que el dinero. Así que pese a compartir los muy racionales argumentos de mi madre, que Juan Carlos contestaba con la misma fe que ahora, como Abraham, con su característico "Dios proveerá", le pedí que aceptara. Con grandes dudas en mi interior, frutos de mi poca fe.

Juan Carlos renunció a la OEA, aceptando ser Subsecretario de Relaciones Exteriores. Y con la radicalidad con que entiende el cumplimiento del deber, según el lema del colegio "do what you ought", no solamente aceptó el nuevo cargo sino que dejó de lado una promisoria carrera internacional renunciando al de Director de la Oficina de la Unión Panamericana en Montevideo. Por una razón de ética, quizás exagerada, entendió que en el ejercicio de la función pública, en un momento en que la OEA era considerada "mala palabra" por la oposición y la opinión pública en general, no era adecuado poner otra dificultad al Presidente Pacheco que ya enfrentaba más que suficientes, apenas saliendo de una crisis económica que se arrastraba desde hacía más de una década, con permanentes amenazas de censura a los Ministros y a pocos meses de las elecciones.

Sin embargo, en lugar de mantener el cargo en la OEA, para volver a él luego de terminar su permanencia en el gobierno, pidiendo licencia por ese tiempo como es la costumbre internacional y como le aconsejaba con afecto el flamante Ministro, Juan Carlos presentó su renuncia indeclinable, quemando las naves.

Lo hizo así aún pensando que estaría poco tiempo en el Ministerio. Aunque como era corriente en esa época, Wilson Ferreira Aldunate no hiciera caer al Ministro como acostumbraba, de todos modos en noviembre, antes de fin del año tendrían lugar las elecciones nacionales y vendría un nuevo gobierno con sus respectivas nuevas autoridades.

Cuando una compañera del colegio le dijo a una de las chicas: "¡Qué lustre ser ministro tu Papá", le contestó: "Es mi Papá el que le da lustre al Ministerio y no él a mi Papá". Ése fue siempre el sentir de la familia con respecto a los cargos: señor se nace, doctor se hace, según el dicho español.

jueves, 13 de noviembre de 2008

Presidencia de la República: casi 20 felices años

Desde el 11 de noviembre estaba tratando de seguir. Hasta hoy no lo logré. ¡Son tantos recuerdos que se agolpan buscando aflorar que hacen difícil elegir uno! Finalmente decidí seguir el orden cronológico.

En el año 1953 Juan Carlos y yo nos conocimos, empezando primer año en la Facultad de Derecho. Ahí estábamos separados, cada uno en su grupo: yo, con mis amigos de mis primeros años en el Liceo Francés, del liceo en las Alemanas y de Preparatorios del Instituto Batlle y Ordóñez y Juan Carlos con los suyos de la primaria en el Windsor, secundaria en el British School y Preparatorios del Seminario. Sin embargo entre unos y otros reinaba la camaradería mientras compartíamos la emoción de sentirnos "grandes", ya universitarios, en un mundo diferente y apasionante de libros, profesores, desafíos.

Apenas a los pocos meses de conocer a mi amado esposo, Juan Carlos, recibí la primera de las tantas lecciones con las que, sin siquiera enterarse, ha ido moldeando mi carácter vasco, de blancos y negros, buenos y malos, justos e injustos, con su exigencia para consigo mismo y su increíble manga ancha para con los demás:"Sólo Dios conoce el corazón de cada uno" "El que hace daño a otro es porque no es feliz, el que es feliz quiere ver a todos felices" "La desgracia mayor es no tener a Dios, hay que rezar para que todos puedan tener la felicidad de saber que Dios está con nosotros".

Sucedió que entonces no había un Presidente de la República. La Presidencia era ejercida por los 9 miembros del Consejo Nacional de Gobierno (6 por la mayoría y 3 por la minoría) a partir del año anterior, 1952, en que una nueva reforma -la 4ª desde la Constitución original de 1830- así lo establecía. El cambio requería más funcionarios en la sede de la Presidencia y uno de ellos fue Juan Carlos Blanco. Aunque apenas con 18 años, no era ése su primer puesto: ya a los 17 años se había presentado a un concurso en el Banco Hipotecario del Uruguay en el que obtuvo el primer puesto y el puntaje más alto logrado hasta ese momento por un concursante. Pero trabajó pocos meses porque el horario interfería con los estudios del último año de Preparatorios y renunció.

Permítanme una pequeña disgresión. Es curioso que mientras algunos países funcionan bien sin tener una Constitución escrita nosotros, meramente escribiendo en una reforma los cambios de lo que no nos gusta en la anterior, esperamos sea la solución de todos nuestros problemas. Así desde 1830 hasta hoy hemos pasado por la de 1918, 1934, 1942, 1952 y la actual, de 1967. Y aún no vemos ni aceptamos la realidad de que las soluciones no surgen de los papeles. A nosotros, jóvenes y pobres inocentes, que teníamos que estudiar cada una de las 5 existentes hasta entonces (la última obviamente fue posterior) eso nos afectaba muy directamente. Aunque contábamos con un privilegio: el catedrático de Derecho Constitucional era el inolvidable Justino Jiménez de Aréchaga, de cada una de cuyas clases disfrutábamos tanto como aprendíamos ¡eran tan divertidas como ilustrativas!

Volviendo a esa época, algo hoy tan normal, trabajar y estudiar, no era común entonces. Que yo recuerde, de los 90 estudiantes de la clase él era el único que lo hacía. Una mañana estábamos conversando en grupo, mayoría de varones, todos vestidos de traje y corbata, cuando nos llamó la atención la expresión de satisfacción en la cara de Juan Carlos y su sonrisa tan radiante, al punto que alguien le preguntó a qué se debía. La respuesta fue totalmente inesperada: contestó que se sentía orgulloso por haber conseguido poner, con total claridad y la mayor rapidez, ¡los sellos en los repartidos!. Nosotros ni entendíamos de qué sellos y de qué repartidos hablaba. Y tuvo que explicarnos que para que cada Consejero pudiera opinar sobre los temas a tratar en las sesiones del Consejo Nacional de Gobierno, se le entregaba a cada uno para su estudio los repartidos con los asuntos de cada Ministerio a tratarse en la próxima, cada uno con el sello del Ministerio respectivo para identificarlo.

Imaginen la reacción que suscitó escucharlo decir que ¡poner sellos! era para él un motivo de orgullo: casi nos ahogamos de risa. Sin molestarse, con la mayor seriedad, dijo que en su opinión "todo trabajo es igualmente necesario e importante; hacerlo con total dedicación y poniendo lo mejor de uno mismo es la mayor satisfacción". Todos nos miramos. Dejamos de reírnos. Y yo personalmente me sentí sorprendida y avergonzada: nunca se me había ocurrido pensarlo así. Fue ésa la primera vez que sentí admiración por Juan Carlos.

Sigo con Juan Carlos en 1953. Cuando empezó a trabajar como auxiliar administrativo en la Casa de Gobierno, entonces ubicada donde hoy es la sede del Ministerio de Relaciones Exteriores. Luego se trasladó al Palacio Estévez, en la Plaza Independencia. Continuó siempre en el mismo cargo de auxiliar administrativo, hasta que en 1971 fue nombrado Subsecretario de Relaciones Exteriores. Nunca tuvo un ascenso. Y era lógico puesto que muchos de sus compañeros de trabajo tenían más años en la oficina que él de edad. Pero lo que sí cambió fue la tarea que le asignaron. Al poco tiempo lo enviaron a la Sala del Consejo y poco después, a pedido de los Consejeros, corregía la redacción de lo dicho por cada uno en las Actas, ya que no es lo mismo cómo se habla que lo que queda escrito para leer. Y la satisfacción de que esos pedidos eran tanto de los Consejeros blancos como de los colorados, sin diferencia, todos le tenían confianza.

¡Trabajó allí casi 20 años! Años de compañerismo y de amistades duraderas, de alegrías -con la culminación de la carrera, el matrimonio, los cinco hijos con que Dios nos bendijo y, como toda vida humana, también de dolores con los seis bebés que no llegaron a término y la muerte el último de esos años de su Papá y mi Mamá. También fueron años de sacrificios y de grandes esfuerzos para lograr recibirse de abogado, después del tiempo de retraso por los años dedicados al gremialismo en el Centro de Estudiantes de Derecho. Además del doble empleo desde 1962, necesario económicamente y personalmente gratificante.

En 1971, ya con dos hijos, recién recibido, con las mejores notas, lo fueron a buscar a nuestro apartamento con el ofrecimiento de dos posibilidades de trabajo: un empleo en la Embajada de los Estados Unidos y otro en la Oficina de la Unión Panamerican (OEA), como Oficial de Prensa de la Alianza para el Progreso, iniciada poco antes por John F. Kennedy. No dudó en aceptar este último aunque el sueldo era más bajo porque pensó que desde un organismo internacional iba a poder serle más útil al Uruguay. Era un contrato por un año, que fue renovado hasta que finalmente pasó a integrar la planilla de funcionario de la OEA, primero como Consejero, luego Subdirector, Director y Representante Alterno ante ALALC (hoy ALADI).

El Secretario General de la Unión Panamerican era el Dr. José Antonio Mora Otero, que pudo conocer bien a Juan Carlos y su manera de trabajar, durante esos 9 años en la oficina de OEA.

Así, en abril de 1971, cuando por la renuncia de varios de sus ministros el Presidente Pacheco reorganiza el gabinete, le ofrece el cargo de Ministro de Relaciones Exteriores a José Antonio Mora Otero. Opción inmejorable, conociendo las grandes cualidades personales y el aprecio y respeto de que goza a nivel internaciona el Dr. José Antonio Mora Otero, que éste acepta con sacrificio personal y gran patriotismo, pese a sufrir un doloroso cáncer a los huesos. Pide solamente que quien lo acompañe como Subsecretario sea Juan Carlos Blanco, alguien cuyo trabajo conoce y aprecia y en quien confía.

El 9 de abril de 1971, un inolvidable viernes Santo, acabábamos de cenar en casa, con mis padres, hermanos y sobrinos, cuando sonó el teléfono. Atiendo y, con la más grande de las sorpresas, escucho decir a Susana Nery de Mora Otero: "Rocío, me vas a odiar por esto, pero José Antonio quiere hablar con tu marido y le pide que venga al Victoria Plaza, ya." Juan Carlos va a atender a la cocina (el lugar donde estaba ubicado el teléfono en casa, para bromas de nuestros amigos y por mi comodidad: es donde yo pasaba la mayor parte del tiempo y siempre digo que aunque seguramente hay muchas maneras mejores de mostrar el amor, la que yo se es cocinar para los que amo). Volví a la sala y lo comenté. Papá dijo haber escuchado que Mora sería ministro y que sin duda, conociendo a Juan Carlos, lo llamaba para ofrecerle trabajo con él. Al volver Juan Carlos descartó la idea, explicando que seguramente lo que necesitaba de él era información de la Oficina para la reunión de Cancilleres de OEA que iba a realizarse en Costa Rica en esos días.

Segunda vez en que el destino, como hilo conductor, fue conduciendo a Juan Carlos de uno a otro de los empleos que tuvo sin nunca haberlos buscado

Papá tuvo razón. Y fue por haber elegido un sueldo menor en aras a servir mejor a su Patria, que la extraordinaria coincidencia de haber trabajado 9 años en la Oficina de la OEA en Uruguay mientras el Dr. Mora Otero era el Secretario General fue la razón de que le ofreciera acompañar su gestión en el cargo de Subsecretario de Relaciones Exteriores, al ocupar él la cartera.

domingo, 9 de noviembre de 2008

Collar de recuerdos

Hoy, 8 de noviembre, sigo enhebrando mi collar de recuerdos. Conocí a Juan Carlos, mi amado esposo, en la Facultad de Derecho de la Universidad de la República, única existente en la fecha que comenzamos, en 1953. En el Decanato preocupaba el número, 90 estudiantes, que se pensaba si no sería excesivo ¿resistiría el Aula Pablo de María el peso de esos? En 1982 empezó 1º de Derecho y Notariado una de nuestras hijas, previo examen de ingreso, con un grupo de 600, bajo todavía en comparación con los actuales. ¡Qué diferencia en poco más de 50 años! y más aún si se piensa que la Universidad de la República (UDELAR) es ahora solamente una de las varias posibles para cursar Derecho.

Ciertamente todo era muy diferente entonces. Desde lo más simple, el cómo vestirse para ir a clase: los chicos iban vestidos de traje y corbata todos, muchos con chaleco. Y alguno más original, de pantalón y saco sport, era considerado un raro. En lo importante, estudiábamos en libros no en apuntes. Libros de grandes autores internacionalmente reconocidos, a menudo obras en varios tomos y en francés e italiano. Bajo el gran Decano Dr. Eduardo J. Couture la Facultad floreció en Jornadas de Derecho Internacional en distintas materias a las que eran invitados y asistían grandes profesores europeos cuyas conferencias nos fascinaban, además de enriquecernos. En cuanto al estudio mismo los profesores uruguayos no solamente respetaban sino que ayudaban a los alumnos en todo al punto que algunos como el Dr. Justino Jiménez de Aréchaga, el Dr. Jorge Peirano Facio, el Dr. Eduardo Jiménez de Aréchaga, el Dr. Juan B.Carballa invitaban a su biblioteca y ¡prestaban sus libros! Claro que los beneficiarios eran únicamente los varones porque ni soñar en ese tiempo que una chica fuera a casa de un hombre, aún siendo un caballero, como todos ellos y estando casado y viviendo con su esposa e hijos.
Los exámenes eran orales y constaban de dos partes. La primera, una disertación con un tema a desarrollar en 15 minutos, sacado al azar de un bolillero, que se preparaba mientras el alumno anterior rendía su examen ante dos profesores sentados a ambos lados del Presidente de Mesa que era quien había dictado el curso. La segunda, preguntas de dos de los profesores, alternados, y siempre del catedrático. Era poco corriente que se perdiera un examen, solamente nos preocupaba lograr en una sana competencia, la nota más alta. Los 3 sobresalientes con felicitaciones de la Mesa eran anunciados con genuina alegría y orgullo por el Presidente, más de una vez por día de examen.

Cuando decidimos casarnos al año siguiente, dejé de estudiar. Queriendo ambos tener una familia con muchos niños y disfrutarlos todo lo posible, me conocía bien como para saber que no podría una excelente profesional y excelente esposa y madre a la vez-como ahora son todas esas maravillosas jóvenes, como mis hijas, que admiro permanentemente-dejé la carrera para seguir lo que para mí estaba en lo alto de mi escala de valores: la familia. Quise hacerlo de modo que fuera claro que era mi libre elección de vida y sin que nunca él ni los hijos -si Dios nos los daba como deséabamos- pudieran pensar que fuera un sacrificio por ellos. Mi decisión de entonces ha sido ratificada cada día de estos 50 años en que me he sentido gratificada por el amor generoso y el apoyo incondicional de todos. ¡Cada uno de ellos una bendición del Señor!.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Anécdotas e historias de matrimonio

Hoy, 11 de noviembre de 2008, en el 50º aniversario de nuestro matrimonio, me preparo para una de las 3 visitas semanales de 2 horas cada una en que puedo estar con mi amado esposo, en la cárcel.

Doy comienzo este blog sobre anécdotas y experiencias de mis 74 años de vida en éste, mi bendito país, en mi juventud considerado internacionalmente al nivel del primer mundo.

Me pregunto a mi misma por qué, con 74 años de edad lo empiezo y no encuentro una sola respuesta.

Ciertamente me importan la verdad y la justicia y estoy tranquila en cuanto se es seguro su triunfo. A pesar de haya quienes, con Goebbels, crean que una mentira mil veces repetidas termina siendo una verdad, se que apenas es mera cuestión de tiempo que siempre la luz de la verdad resplandezca iluminando la oscuridad de la mentira. Con la misma seguridad de que la aurora iluminará las tinieblas de la noche, por muy negra que ésta sea.

Y claro que tengo el compromiso de trasmitir a mis hijos, nietos y bisnietos los valores morales y éticos que nos hace ser más humanos.

Más aún, como adulta, siento el deber de trasmitir la experiencia de mis 74 años de vida y cómo disfruté aquí de la armonía social de un Uruguay que fuera un oasis de paz y unidad, con una calidad de vida tan excelente que en el mundo se nos consideraba al mismo nivel de los países del primer mundo, llamando a nuestro Uruguay, la Suiza de América.

Y sin duda quiero compartir con cuantos lo lean que el amor de Dios nos hace a todos hermanos, no solo a los que nos hacen bien sino a los que nos odian también, como Jesús nos enseña, que hace salir su sol sobre malos y buenos y llover sobre justos e injustos. Y que la dignidad de ser hijos de Dios, creados a su imagen y semejanza, único e irrepetible cada uno, con una misión que solo ese uno puede llevar a cabo y ningún otro, es la fuente de donde provienen los derechos humanos ya reconocidos en la Declaración de las Naciones Unidas y los que aún no lo han sido.

Y también quiero cumplir con mi deber de luchar no con armas materiales que hieren y matan sino con el arma mucho más poderosa de la oración que sana heridas y da vida nueva, junto a todos los que quieren hacer de nuestro lugar en el mundo el reino del amor, la justicia y la paz.

Invito a todos los que tienen esperanza y quieren trabajar para ese objetivo de unidad, a leerlo y hacer sus comentarios positivos sobre cómo lograrlo, cuanto antes.