Ese Viernes Santo, 9 de abril del año 1971, se dio lo que yo considero, no una casualidad como es común pensar, sino una causalidad. Sin dejar de pensar que existe cierta dosis de azar, creo firmemente que en todo hay siempre una única causa: Dios. Esa causalidad entonces tuvo un gran impacto en nosotros, dando un giro imprevisible e inesperado a nuestra vida familiar: Juan Carlos aceptó la propuesta de acompañar, como Subsecretario, al recién nombrado Ministro de Relaciones Exteriores doctor José Antonio Mora Otero .
El flamante ministro era un brillante diplomático uruguayo cuya carrera culminó en Wahington, D.C., como Secretario General de la Unión Panamericana (luego Organización de los Estados Americanos). Al terminar el tiempo del cargo fue reelegido para un segundo período, lo que hizo que permaneciera en él el doble del tiempo habitual. Una vez terminado el cual, se retiró regresando a su país para disfrutar de un bien merecido descanso. Aunque éste tuvo que ser pospuesto de momento al ofrecerle la cartera el Presidente Pacheco Areco y él aceptarla. Mostró así su espíritu patriótico, ya que conllevaba por cierto un sacrificio personal: sufría de cáncer a los huesos, muy doloroso y como vivía en San José, no tenía casa en Montevideo de modo que para estar cerca de la Cancillería y del Presidente, tuvo que residir en un hotel, el Victoria Plaza, hoy Radisson.
Actualmente, con las comunicaciónes a las que estamos habituados, esto puede parecer extraño pero entonces no existía internet, no había computadoras y ni siquiera télex y las llamadas al interior se hacían por operadora y demoraban varias horas. Todo eso hacía impracticable su idea de vivir en su chacra de Libertad como lo había planeado con su esposa. Y además, estaba el hecho de ser tan mayor. Es gracioso que así me lo pareciera. Claro que entonces tenía 40 años menos, ahora ya no lo veo así: tenía más o menos la edad que tengo yo hoy.
Seguramente también pensó, como el Presidente al proponerle el cargo, que sus contactos con los líderes del mundo serían invalorables para el Uruguay, en especial en ese momento en que además de uruguayos, los tupamaros tenían en su poder secuestrados varios diplomáticos como el Embajador de Gran Bretaña, Geoffrey Jackson; el Cónsul de Brasil, Aloysio Dias Gomide; el experto internacional Agrónomo Claude Fly. En esas circunstancias las condiciones personales del Dr. Mora Otero, trabajador infatigable con una muy vasta experiencia en diplomacia y una mente lúcida y moderna unidas, además, al hecho de que sus relaciones personales con las personalidades de los países más adelantados le permitían levantar el teléfono y hablar directamente con los líderes mundiales. Evidentemente todo ello lo convertía en candidato ideal para ocupar el cargo.
Las relaciones exteriores, siempre importantes para los países menos poderosos, en ese momento eran claves para el Uruguay y, por lo tanto, resultaba esencial que al frente del Palacio Santos hubiera una persona con mayores condiciones aún que las requeridas en circunstancias normales para dirigir la diplomacia uruguaya. Los titulares de los diarios internacionales eran muy negativos respecto a nosotros, con una gran cobertura de los actos de violencia de los tupamaros. Hasta ese momento en el mundo nos llamaban la "Suiza de América", se referían a Montevideo como la "tacita de plata"y nos consideraban un oasis de civilización y de paz, muy diferente de otras sociedades en las que campeaba la violencia, a diferencia de nosotros. Aquí, gracias a Dios, nos era desconocida a los que no habíamos vivido en 1904 la última guerra civil.
A partir del lunes siguiente a ese Viernes Santo de 1971, en la mañana y después del desayuno con los chiquis, en vez de dirigirse a su trabajo en el ómnibus -desde 1953 Auxiliar 1º en el Edificio Estévez, sede de la Presidencia de la República y desde 1962 en la Oficina en Uruguay de la Organización de Estados Americanos- Juan Carlos lo hacía en el auto oficial del Ministerio, manejado por el chofer. Lo único que no cambió fue la hora de la partida: 7.30, que siguió siendo la misma. El regreso, tarde en la noche, cuando ya los chiquis habían cenado, estaban bañados y acostados, apenas a tiempo para escuchar algún comentario rápido respecto a lo más saliente del colegio y para darles el "besito de las buenas noches", al decir del Topo Gigio, dibujo animado muy en boga en ese tiempo.
Excepto, claro, en los días de fecha nacional de los países acreditados ante nuestro gobierno, cuando tenía que volver a bañarse y cambiarse de ropa para la recepción correspondiente. A la que concurría media hora antes de la fijada en la invitación para tratar durante esos 3o minutos los temas de interés para ambos países con el Embajador, quien luego los trasmitía a su Cancillería, y después se retiraba cuando empezaban a llegar los demás invitados. Ésos eran días de fiesta en casa: siempre se hacía un tiempo especial para los chiquis. Unos minutos en que jugaba -y ¡hasta bailaba!- con ellos el tema del momento. Recuerdo especialmente una canción sobre los pajaritos que requería especial agilidad para bailarla: había que levantarse, siempre agitando las manos a la vez que había que agacharse hasta quedar en cuclillas, y rápidamente recomenzar, levantándose de nuevo y repiténdolo varias veces. Reconozco que yo nunca tuve la habilidad necesaria para hacerlo, pero él y los chiquis eran expertos.
También regresaba a casa para asistir a las cenas en las Embajadas en que era de estilo vestir smoking los caballeros y traje largo las señoras. Aunque Juan Carlos no aceptaba más que una cena por mes eran momentos más distendidos, donde era posible la conversación, con tranquilidad en vez de intentar hablar en medio del ruido de la multitud que concurría a las recepciones. Agradecía a Dios casi no tener obligación de asistir, pese a que la contracara de no hacerlo era estudiar de memoria los nombres y la composición familiar de los diplomáticos acreditados ante nuestro gobierno para conocerlos un poco mejor al no tener un contacto habitual, sino apenas en contadas ocasiones como ya dije. Juan Carlos consideraba que para el trabajo no era conveniente trabar amistad con los diplomáticos ni con los funcionarios del Ministerio para no establecer diferencias entre ellos.
domingo, 8 de marzo de 2009
domingo, 1 de febrero de 2009
Épocas de vacas gordas y de vacas flacas
Épocas de vacas gordas y de vacas flacas
Como alguna de las chicas mayores estaba estudiando en ese momento Historia Antigua, concretamente Egipto, comenzó la broma de que en la familia Blanco pasaba por épocas: una época de vacas gordas y una época de vacas flacas. La época de las vacas gordas era la que habían conocido hasta ese momento. La época de las vacas flacas era la que comenzaba con la renuncia de Juan Carlos a la OEA y la aceptación de la Subsecretaría de Relaciones Exteriores. Supongo que la idea surgió porque Juan Carlos reunió a los chiquis al día siguiente de aceptar el cargo para hablar con ellos explicándoles las razones de su cambio de trabajo. Y también para adelantarles que ese cambio iba a afectar la vida familiar. Implicaba por ejemplo, que se suprimirían algunas cosas agradables, como la Coca Cola y los helados de los fines de semana y otros pequeños placeres, ciertamente no imprescindibles. Y que también habría cosas nuevas y no necesariamente agradables pero necesarias tal como estaba la situación, como el hecho de que a veces tendríamos que salir nosotros, dos sin ellos. Hasta entonces, salvo contadas excepciones, nuestras salidas los incluían.
Como tantas veces ocurre, curiosamente la vida después luego fue mostrando que lo que comenzó como una broma no lo era tanto sino, más bien, una realidad en casa. Contra lo que parece la lógica, cada vez que Juan Carlos tuvo en un puesto político, para cumplir el cual renunciaba al cargo internacional o a la práctica privada de la profesión. Y nuestra economía descendía en picada. Volvía luego al llano y nos recuperábamos. Una y otra vez. Al punto que se alternaban las “vacas gordas y las vacas flacas”. Al decir de los chicos “Papá es extraño, cuando está trabajando bien y gana dinero, le gusta dejar todo para servir al país.”
Con el correr de los días esos cambios se fueron verificando en todos los órdenes. Pasando algunos de un lado al otro en la escala de prioridad, a más (preocupaciones y yo, también temores), otros a menos (servicio doméstico, salidas juntos) sin dejar nunca de estar en el primer lugar el amor en la familia y la educación, formal en la escuela e informal en casa. Una preocupación acuciante era que los chiquis por su edad (de 10 a 4 y medio) no confundieran los dorados de los oropeles del cargo con el oro de los valores que queríamos inculcarles para que fueran personas de bien, porque como dice Pitágoras: "Eduquen a los niños y no será necesario castigar a los hombres", a lo que añadíamos lo religioso, creyendo firmemente como Santa Teresa de Ávila en su poema: "Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta".
Con gran alegría podemos comprobar, ya pasados los años en que nos tocó la primera parte de la tarea que nunca termina y es para nosotros la más importante: la de ser padres, que gracias a la ayuda de Dios tenemos los hijos más maravillosos del mundo, tanto los que son de nuestra carne y sangre como los que, como con tanta verdad y tan gráficamente dice Juan Carlos, "los que por ellos vinieron".
Recuerdo que apenas a 2 o 3 días de asumir estaban todavía los chicos deslumbrados por el auto oficial, el chofer y el "Señor Ministro" con que le abría la puerta esperando que entrara o saliera, según el caso, para después cerrarla antes de colocarse nuevamente al volante, Juan Carlos trajo a casa un montón de diarios. Ahora recuerdo solamente alguno de ellos, como El Popular, con fotos y artículos sobre él, el Ministro Mora Otero y el gobierno del Presidente Pacheco Areco. Por supuesto no tenían aplausos ni les cantaban loas. Para mi sorpresa, se los mostró a los chicos uno a uno explicándoles que hasta entonces solamente hablaban de él las personas que lo conocían pero que desde que era miembro del gobierno, todas las personas que no lo conocían también podían hablar de él y podían decir la verdad o inventar mentiras si querían. Y que eso era bueno y era importante al ser el derecho de todos los ciudadanos de un país libre el estar o no de acuerdo con lo que hacen los gobernantes. Agregó que por supuesto cada persona es responsable por sus actos y por sus palabras. Y que si bien con ellos es posible engañar a muchos, inclusive a Papá, a Mamá, a la maestra, o peor, aún es posible engañarse a sí mismo, hay alguien a quien nunca nadie puede engañar: Dios. Él sabe todo de todos y un día más o menos cercano, pero seguro, le va a pedir a cada uno cuentas de cómo ha actuado en la vida; de modo que lo más importante era actuar conforme a la conciencia que nos dice lo Él espera de cada uno. Y añadió que si escuchaban que alguien decía cosas feas de su padre nunca vacilaran en preguntarle y él les diría la verdad. Cosa que hizo siempre, con total honestidad, como acostumbra con todos. Quizás es por eso que lo admiran, además de quererlo.
Como alguna de las chicas mayores estaba estudiando en ese momento Historia Antigua, concretamente Egipto, comenzó la broma de que en la familia Blanco pasaba por épocas: una época de vacas gordas y una época de vacas flacas. La época de las vacas gordas era la que habían conocido hasta ese momento. La época de las vacas flacas era la que comenzaba con la renuncia de Juan Carlos a la OEA y la aceptación de la Subsecretaría de Relaciones Exteriores. Supongo que la idea surgió porque Juan Carlos reunió a los chiquis al día siguiente de aceptar el cargo para hablar con ellos explicándoles las razones de su cambio de trabajo. Y también para adelantarles que ese cambio iba a afectar la vida familiar. Implicaba por ejemplo, que se suprimirían algunas cosas agradables, como la Coca Cola y los helados de los fines de semana y otros pequeños placeres, ciertamente no imprescindibles. Y que también habría cosas nuevas y no necesariamente agradables pero necesarias tal como estaba la situación, como el hecho de que a veces tendríamos que salir nosotros, dos sin ellos. Hasta entonces, salvo contadas excepciones, nuestras salidas los incluían.
Como tantas veces ocurre, curiosamente la vida después luego fue mostrando que lo que comenzó como una broma no lo era tanto sino, más bien, una realidad en casa. Contra lo que parece la lógica, cada vez que Juan Carlos tuvo en un puesto político, para cumplir el cual renunciaba al cargo internacional o a la práctica privada de la profesión. Y nuestra economía descendía en picada. Volvía luego al llano y nos recuperábamos. Una y otra vez. Al punto que se alternaban las “vacas gordas y las vacas flacas”. Al decir de los chicos “Papá es extraño, cuando está trabajando bien y gana dinero, le gusta dejar todo para servir al país.”
Con el correr de los días esos cambios se fueron verificando en todos los órdenes. Pasando algunos de un lado al otro en la escala de prioridad, a más (preocupaciones y yo, también temores), otros a menos (servicio doméstico, salidas juntos) sin dejar nunca de estar en el primer lugar el amor en la familia y la educación, formal en la escuela e informal en casa. Una preocupación acuciante era que los chiquis por su edad (de 10 a 4 y medio) no confundieran los dorados de los oropeles del cargo con el oro de los valores que queríamos inculcarles para que fueran personas de bien, porque como dice Pitágoras: "Eduquen a los niños y no será necesario castigar a los hombres", a lo que añadíamos lo religioso, creyendo firmemente como Santa Teresa de Ávila en su poema: "Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta".
Con gran alegría podemos comprobar, ya pasados los años en que nos tocó la primera parte de la tarea que nunca termina y es para nosotros la más importante: la de ser padres, que gracias a la ayuda de Dios tenemos los hijos más maravillosos del mundo, tanto los que son de nuestra carne y sangre como los que, como con tanta verdad y tan gráficamente dice Juan Carlos, "los que por ellos vinieron".
Recuerdo que apenas a 2 o 3 días de asumir estaban todavía los chicos deslumbrados por el auto oficial, el chofer y el "Señor Ministro" con que le abría la puerta esperando que entrara o saliera, según el caso, para después cerrarla antes de colocarse nuevamente al volante, Juan Carlos trajo a casa un montón de diarios. Ahora recuerdo solamente alguno de ellos, como El Popular, con fotos y artículos sobre él, el Ministro Mora Otero y el gobierno del Presidente Pacheco Areco. Por supuesto no tenían aplausos ni les cantaban loas. Para mi sorpresa, se los mostró a los chicos uno a uno explicándoles que hasta entonces solamente hablaban de él las personas que lo conocían pero que desde que era miembro del gobierno, todas las personas que no lo conocían también podían hablar de él y podían decir la verdad o inventar mentiras si querían. Y que eso era bueno y era importante al ser el derecho de todos los ciudadanos de un país libre el estar o no de acuerdo con lo que hacen los gobernantes. Agregó que por supuesto cada persona es responsable por sus actos y por sus palabras. Y que si bien con ellos es posible engañar a muchos, inclusive a Papá, a Mamá, a la maestra, o peor, aún es posible engañarse a sí mismo, hay alguien a quien nunca nadie puede engañar: Dios. Él sabe todo de todos y un día más o menos cercano, pero seguro, le va a pedir a cada uno cuentas de cómo ha actuado en la vida; de modo que lo más importante era actuar conforme a la conciencia que nos dice lo Él espera de cada uno. Y añadió que si escuchaban que alguien decía cosas feas de su padre nunca vacilaran en preguntarle y él les diría la verdad. Cosa que hizo siempre, con total honestidad, como acostumbra con todos. Quizás es por eso que lo admiran, además de quererlo.
viernes, 16 de enero de 2009
Butantan (el Nido de Víboras)
Como les decía, el mundo de mi juventud era diferente. En ese mundo nací, viví, estudié y en la Facultad de Derecho conocí a Juan Carlos. Allí también, en la Facultad de Derecho, escuché a alguien hablar por primera vez del Ministerio de Relaciones Exteriores del Uruguay: uno de los profesores en una conversación entre clases, en el corredor, comentó que el entonces Ministro lo llamaba "Butantan". Nombre original que me llamó tanto la atención que quise saber qué significaba. Obviamente no podía acercarme y preguntarles así que tuve que ingeniarme. Entonces no existía Internet ni Wilkipedia pero si la Enciclopedia Británica en muchos volúmenes ordenados alfabéticamente. Soy insistente. Y con gran sorpresa después de varios intentos me enteré que era un lugar en Brasil, muy famoso, donde se criaban serpientes y se estudiaban antídotos para sus venenos. ¿Qué podía tener de común una oficina pública en Montevideo con un nido de víboras en Brasil? Nunca encontré la conexión. Ni entonces ni, años después, cuando conocí un poco más por dentro el Ministerio.
Aunque lo apoyé para aceptar y luego lo acompañé en todo, lo mejor que pude, debo reconocer que no me hizo feliz la decisión de Juan Carlos de aceptar la Subsecretaría. No me hizo feliz, ante todo porque temía por él: los tupamaros tenían secuestrados al Embajador del Reino Unido, sir Geoffrey Jackson, al Cónsul de Brasil, Aloysio Dias Gomide y otros extranjeros, además de uruguayos; hacía años que había atentados y bombas continuamente, al salir de la casa nadie podía estar seguro de volver a ella. Y lo peor era que Juan Carlos siguiendo la vocación de santidad que siempre fue leit motiv de su vida, decidió que sería él quien corriera los riesgos inherentes a su función porque, decía: "Nunca podría perdonarme que por cuidarme a mi un custodia fuera muerto o herido" de modo que nunca aceptó guardia ni custodia en la oficina ni en el auto ni en casa.
La actividad social que requería la función en sí misma, no fue nunca, ni antes ni durante ni después, prioridad para mi. Sí me encanta la gente y he tenido la gracia de Dios de conocer mucha gente maravillosa, admirable, ejemplos vivos de amor al prójimo. Algunos religiosos y otros no, pero todos con cualidades dignas de imitar y que he tratado de imitar. Personas con las que disfruto compartiendo valores y creciendo espiritualmente. Y así también ocurrió con el Ministerio. Por supuesto allí y fuera de allí también he conocido gente común y corriente sin nada especial, como yo, y también algunas pocas personas malas, como las hay en todos los grupos humanos sin excepción, incluso en la propia familia.
Cuando de la Dirección de Protocolo me preguntaron a cuáles de los múltiples eventos diplomáticos deseaba concurrir mi respuesta fue clara: solamente aquellos a los que fuera necesario en función del trabajo de mi esposo. Y ciertamente no a los tés de señoras. A pesar de que siempre me encantaron. Pero que descartaba hacía tiempo en razón de que 4 de los 5 chiquis iban a una escuela de doble horario y salían de casa en la mañana regresando recién a las 4 y media de la tarde. Por lo cual yo quería estar en casa a esa hora. La experiencia me había enseñado que era en ese momento, reunidos todos en torno a la mesa de la merienda de la tarde, que sentían el placer de compartir conmigo y entre ellos, con el mayor entusiasmo e interrumpiéndose unos a otros, los acontecimientos del día. Luego, ya era la hora de los deberes y se pasaba a esa etapa.
Por otra parte las circunstancias especiales que se vivían me impulsaban a querer estar con ellos todo el tiempo posible. Una anécdota que da idea del ambiente de esa época . Un día yendo al portón del garage donde los chicos que iban al British eran recogidos por el ómnibus del colegio, con el chofer y su respectiva acompañante, vi que los dos eran personas diferentes de las que venían habitualmente. Primero me sorprendí y luego, por supuesto, no los dejé subir: temí que fueran secuestradores. Llamé por teléfono a Juan Carlos que descalificó la idea diciendo: "En el Uruguay nadie puede pensar en secuestrar niños". Reconociendo la importancia de que no perdieran clases seguí su sugerencia y aunque aún con temor y angustia, los llevé en taxi.
El año antes- en 1970- habíamos vendido los dos autos para la compra de la casa de la Rambla 6699 donde vivíamos desde entonces y Juan Carlos no permitía que el auto oficial lo usara nadie más que él para el trabajo. En casa ya no tenía más ayuda que la de una señora que venía de lunes a viernes 4 horas en la mañana. Y éramos Juan Carlos y yo, los 5 pequeños, mi Papá después de fallecer Mamá y luego, al enviudar a su vez, la Mamá de Juan Carlos. ¿Le extraña a alguien que no tuviera demasiado tiempo para actividades sociales. Ni ganas. Y con motivo. Explicable quizás con esta otra anécdota.
El primer compromiso oficial al que concurrimos fue una cena en honor de Juan Carlos como Canciller Interino pues el Ministro estaba de viaje. Era en la Embajada de Gran Bretaña y, como se acostumbraba entonces, de smoking. La invitación la había cursado el segundo de la Embajada, Jim Henderson, Embajador también Interino a cargo de la misma, no por viaje del Embajador, sino porque éste estaba secuestrado por los tupamaros. Ya había bañado, dado de cenar y acostado a los niños. Y estaba vestida y maquillada esperando a Juan Carlos que había llegado a cambiarse de ropa. Cuando estábamos despidiéndonos de María, la mayor, en ese momento con sus 10 añitos, que quedaba a cargo de sus 4 hermanos menores, sin guardia, sin custodia y sola en la enorme casa, ya cerrando la puerta de calle, muy seria y compenetrada de su rol, dijo: "Ah, Mami, si vienen los tupamaros ¿qué hago?". Horrorizada ¡ni se me había ocurrido semejante cosa! entré diciendo: "Yo no voy nada, ve tu solo" a lo que Juan Carlos contestó que era impensable hacer semejante desaire nunca, pero mucho menos dadas las circunstancias. Con su característico sentido del deber, expresado tan claramente en el lema del colegio: Do what you ought, el cumpliendo del deber ante todo. Y a pesar del maquillaje corrido, lo acompañé. Hoy pienso que fui una gran inconsciente. Y gracias a Dios, no pasó nada. Pero fue uno de los tantos momentos amargos que pasamos, como la mayoría de los uruguayos, sin haber hecho nada para merecerlo. Y como ahora parece que nadie recuerda haberlos pasado.
Aunque lo apoyé para aceptar y luego lo acompañé en todo, lo mejor que pude, debo reconocer que no me hizo feliz la decisión de Juan Carlos de aceptar la Subsecretaría. No me hizo feliz, ante todo porque temía por él: los tupamaros tenían secuestrados al Embajador del Reino Unido, sir Geoffrey Jackson, al Cónsul de Brasil, Aloysio Dias Gomide y otros extranjeros, además de uruguayos; hacía años que había atentados y bombas continuamente, al salir de la casa nadie podía estar seguro de volver a ella. Y lo peor era que Juan Carlos siguiendo la vocación de santidad que siempre fue leit motiv de su vida, decidió que sería él quien corriera los riesgos inherentes a su función porque, decía: "Nunca podría perdonarme que por cuidarme a mi un custodia fuera muerto o herido" de modo que nunca aceptó guardia ni custodia en la oficina ni en el auto ni en casa.
La actividad social que requería la función en sí misma, no fue nunca, ni antes ni durante ni después, prioridad para mi. Sí me encanta la gente y he tenido la gracia de Dios de conocer mucha gente maravillosa, admirable, ejemplos vivos de amor al prójimo. Algunos religiosos y otros no, pero todos con cualidades dignas de imitar y que he tratado de imitar. Personas con las que disfruto compartiendo valores y creciendo espiritualmente. Y así también ocurrió con el Ministerio. Por supuesto allí y fuera de allí también he conocido gente común y corriente sin nada especial, como yo, y también algunas pocas personas malas, como las hay en todos los grupos humanos sin excepción, incluso en la propia familia.
Cuando de la Dirección de Protocolo me preguntaron a cuáles de los múltiples eventos diplomáticos deseaba concurrir mi respuesta fue clara: solamente aquellos a los que fuera necesario en función del trabajo de mi esposo. Y ciertamente no a los tés de señoras. A pesar de que siempre me encantaron. Pero que descartaba hacía tiempo en razón de que 4 de los 5 chiquis iban a una escuela de doble horario y salían de casa en la mañana regresando recién a las 4 y media de la tarde. Por lo cual yo quería estar en casa a esa hora. La experiencia me había enseñado que era en ese momento, reunidos todos en torno a la mesa de la merienda de la tarde, que sentían el placer de compartir conmigo y entre ellos, con el mayor entusiasmo e interrumpiéndose unos a otros, los acontecimientos del día. Luego, ya era la hora de los deberes y se pasaba a esa etapa.
Por otra parte las circunstancias especiales que se vivían me impulsaban a querer estar con ellos todo el tiempo posible. Una anécdota que da idea del ambiente de esa época . Un día yendo al portón del garage donde los chicos que iban al British eran recogidos por el ómnibus del colegio, con el chofer y su respectiva acompañante, vi que los dos eran personas diferentes de las que venían habitualmente. Primero me sorprendí y luego, por supuesto, no los dejé subir: temí que fueran secuestradores. Llamé por teléfono a Juan Carlos que descalificó la idea diciendo: "En el Uruguay nadie puede pensar en secuestrar niños". Reconociendo la importancia de que no perdieran clases seguí su sugerencia y aunque aún con temor y angustia, los llevé en taxi.
El año antes- en 1970- habíamos vendido los dos autos para la compra de la casa de la Rambla 6699 donde vivíamos desde entonces y Juan Carlos no permitía que el auto oficial lo usara nadie más que él para el trabajo. En casa ya no tenía más ayuda que la de una señora que venía de lunes a viernes 4 horas en la mañana. Y éramos Juan Carlos y yo, los 5 pequeños, mi Papá después de fallecer Mamá y luego, al enviudar a su vez, la Mamá de Juan Carlos. ¿Le extraña a alguien que no tuviera demasiado tiempo para actividades sociales. Ni ganas. Y con motivo. Explicable quizás con esta otra anécdota.
El primer compromiso oficial al que concurrimos fue una cena en honor de Juan Carlos como Canciller Interino pues el Ministro estaba de viaje. Era en la Embajada de Gran Bretaña y, como se acostumbraba entonces, de smoking. La invitación la había cursado el segundo de la Embajada, Jim Henderson, Embajador también Interino a cargo de la misma, no por viaje del Embajador, sino porque éste estaba secuestrado por los tupamaros. Ya había bañado, dado de cenar y acostado a los niños. Y estaba vestida y maquillada esperando a Juan Carlos que había llegado a cambiarse de ropa. Cuando estábamos despidiéndonos de María, la mayor, en ese momento con sus 10 añitos, que quedaba a cargo de sus 4 hermanos menores, sin guardia, sin custodia y sola en la enorme casa, ya cerrando la puerta de calle, muy seria y compenetrada de su rol, dijo: "Ah, Mami, si vienen los tupamaros ¿qué hago?". Horrorizada ¡ni se me había ocurrido semejante cosa! entré diciendo: "Yo no voy nada, ve tu solo" a lo que Juan Carlos contestó que era impensable hacer semejante desaire nunca, pero mucho menos dadas las circunstancias. Con su característico sentido del deber, expresado tan claramente en el lema del colegio: Do what you ought, el cumpliendo del deber ante todo. Y a pesar del maquillaje corrido, lo acompañé. Hoy pienso que fui una gran inconsciente. Y gracias a Dios, no pasó nada. Pero fue uno de los tantos momentos amargos que pasamos, como la mayoría de los uruguayos, sin haber hecho nada para merecerlo. Y como ahora parece que nadie recuerda haberlos pasado.
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