domingo, 1 de febrero de 2009

Épocas de vacas gordas y de vacas flacas

Épocas de vacas gordas y de vacas flacas


Como alguna de las chicas mayores estaba estudiando en ese momento Historia Antigua, concretamente Egipto, comenzó la broma de que en la familia Blanco pasaba por épocas: una época de vacas gordas y una época de vacas flacas. La época de las vacas gordas era la que habían conocido hasta ese momento. La época de las vacas flacas era la que comenzaba con la renuncia de Juan Carlos a la OEA y la aceptación de la Subsecretaría de Relaciones Exteriores. Supongo que la idea surgió porque Juan Carlos reunió a los chiquis al día siguiente de aceptar el cargo para hablar con ellos explicándoles las razones de su cambio de trabajo. Y también para adelantarles que ese cambio iba a afectar la vida familiar. Implicaba por ejemplo, que se suprimirían algunas cosas agradables, como la Coca Cola y los helados de los fines de semana y otros pequeños placeres, ciertamente no imprescindibles. Y que también habría cosas nuevas y no necesariamente agradables pero necesarias tal como estaba la situación, como el hecho de que a veces tendríamos que salir nosotros, dos sin ellos. Hasta entonces, salvo contadas excepciones, nuestras salidas los incluían.

Como tantas veces ocurre, curiosamente la vida después luego fue mostrando que lo que comenzó como una broma no lo era tanto sino, más bien, una realidad en casa. Contra lo que parece la lógica, cada vez que Juan Carlos tuvo en un puesto político, para cumplir el cual renunciaba al cargo internacional o a la práctica privada de la profesión. Y nuestra economía descendía en picada. Volvía luego al llano y nos recuperábamos. Una y otra vez. Al punto que se alternaban las “vacas gordas y las vacas flacas”. Al decir de los chicos “Papá es extraño, cuando está trabajando bien y gana dinero, le gusta dejar todo para servir al país.”


Con el correr de los días esos cambios se fueron verificando en todos los órdenes. Pasando algunos de un lado al otro en la escala de prioridad, a más (preocupaciones y yo, también temores), otros a menos (servicio doméstico, salidas juntos) sin dejar nunca de estar en el primer lugar el amor en la familia y la educación, formal en la escuela e informal en casa. Una preocupación acuciante era que los chiquis por su edad (de 10 a 4 y medio) no confundieran los dorados de los oropeles del cargo con el oro de los valores que queríamos inculcarles para que fueran personas de bien, porque como dice Pitágoras: "Eduquen a los niños y no será necesario castigar a los hombres", a lo que añadíamos lo religioso, creyendo firmemente como Santa Teresa de Ávila en su poema: "Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta".

Con gran alegría podemos comprobar, ya pasados los años en que nos tocó la primera parte de la tarea que nunca termina y es para nosotros la más importante: la de ser padres, que gracias a la ayuda de Dios tenemos los hijos más maravillosos del mundo, tanto los que son de nuestra carne y sangre como los que, como con tanta verdad y tan gráficamente dice Juan Carlos, "los que por ellos vinieron".

Recuerdo que apenas a 2 o 3 días de asumir estaban todavía los chicos deslumbrados por el auto oficial, el chofer y el "Señor Ministro" con que le abría la puerta esperando que entrara o saliera, según el caso, para después cerrarla antes de colocarse nuevamente al volante, Juan Carlos trajo a casa un montón de diarios. Ahora recuerdo solamente alguno de ellos, como El Popular, con fotos y artículos sobre él, el Ministro Mora Otero y el gobierno del Presidente Pacheco Areco. Por supuesto no tenían aplausos ni les cantaban loas. Para mi sorpresa, se los mostró a los chicos uno a uno explicándoles que hasta entonces solamente hablaban de él las personas que lo conocían pero que desde que era miembro del gobierno, todas las personas que no lo conocían también podían hablar de él y podían decir la verdad o inventar mentiras si querían. Y que eso era bueno y era importante al ser el derecho de todos los ciudadanos de un país libre el estar o no de acuerdo con lo que hacen los gobernantes. Agregó que por supuesto cada persona es responsable por sus actos y por sus palabras. Y que si bien con ellos es posible engañar a muchos, inclusive a Papá, a Mamá, a la maestra, o peor, aún es posible engañarse a sí mismo, hay alguien a quien nunca nadie puede engañar: Dios. Él sabe todo de todos y un día más o menos cercano, pero seguro, le va a pedir a cada uno cuentas de cómo ha actuado en la vida; de modo que lo más importante era actuar conforme a la conciencia que nos dice lo Él espera de cada uno. Y añadió que si escuchaban que alguien decía cosas feas de su padre nunca vacilaran en preguntarle y él les diría la verdad. Cosa que hizo siempre, con total honestidad, como acostumbra con todos. Quizás es por eso que lo admiran, además de quererlo.

No hay comentarios: