jueves, 13 de noviembre de 2008

Presidencia de la República: casi 20 felices años

Desde el 11 de noviembre estaba tratando de seguir. Hasta hoy no lo logré. ¡Son tantos recuerdos que se agolpan buscando aflorar que hacen difícil elegir uno! Finalmente decidí seguir el orden cronológico.

En el año 1953 Juan Carlos y yo nos conocimos, empezando primer año en la Facultad de Derecho. Ahí estábamos separados, cada uno en su grupo: yo, con mis amigos de mis primeros años en el Liceo Francés, del liceo en las Alemanas y de Preparatorios del Instituto Batlle y Ordóñez y Juan Carlos con los suyos de la primaria en el Windsor, secundaria en el British School y Preparatorios del Seminario. Sin embargo entre unos y otros reinaba la camaradería mientras compartíamos la emoción de sentirnos "grandes", ya universitarios, en un mundo diferente y apasionante de libros, profesores, desafíos.

Apenas a los pocos meses de conocer a mi amado esposo, Juan Carlos, recibí la primera de las tantas lecciones con las que, sin siquiera enterarse, ha ido moldeando mi carácter vasco, de blancos y negros, buenos y malos, justos e injustos, con su exigencia para consigo mismo y su increíble manga ancha para con los demás:"Sólo Dios conoce el corazón de cada uno" "El que hace daño a otro es porque no es feliz, el que es feliz quiere ver a todos felices" "La desgracia mayor es no tener a Dios, hay que rezar para que todos puedan tener la felicidad de saber que Dios está con nosotros".

Sucedió que entonces no había un Presidente de la República. La Presidencia era ejercida por los 9 miembros del Consejo Nacional de Gobierno (6 por la mayoría y 3 por la minoría) a partir del año anterior, 1952, en que una nueva reforma -la 4ª desde la Constitución original de 1830- así lo establecía. El cambio requería más funcionarios en la sede de la Presidencia y uno de ellos fue Juan Carlos Blanco. Aunque apenas con 18 años, no era ése su primer puesto: ya a los 17 años se había presentado a un concurso en el Banco Hipotecario del Uruguay en el que obtuvo el primer puesto y el puntaje más alto logrado hasta ese momento por un concursante. Pero trabajó pocos meses porque el horario interfería con los estudios del último año de Preparatorios y renunció.

Permítanme una pequeña disgresión. Es curioso que mientras algunos países funcionan bien sin tener una Constitución escrita nosotros, meramente escribiendo en una reforma los cambios de lo que no nos gusta en la anterior, esperamos sea la solución de todos nuestros problemas. Así desde 1830 hasta hoy hemos pasado por la de 1918, 1934, 1942, 1952 y la actual, de 1967. Y aún no vemos ni aceptamos la realidad de que las soluciones no surgen de los papeles. A nosotros, jóvenes y pobres inocentes, que teníamos que estudiar cada una de las 5 existentes hasta entonces (la última obviamente fue posterior) eso nos afectaba muy directamente. Aunque contábamos con un privilegio: el catedrático de Derecho Constitucional era el inolvidable Justino Jiménez de Aréchaga, de cada una de cuyas clases disfrutábamos tanto como aprendíamos ¡eran tan divertidas como ilustrativas!

Volviendo a esa época, algo hoy tan normal, trabajar y estudiar, no era común entonces. Que yo recuerde, de los 90 estudiantes de la clase él era el único que lo hacía. Una mañana estábamos conversando en grupo, mayoría de varones, todos vestidos de traje y corbata, cuando nos llamó la atención la expresión de satisfacción en la cara de Juan Carlos y su sonrisa tan radiante, al punto que alguien le preguntó a qué se debía. La respuesta fue totalmente inesperada: contestó que se sentía orgulloso por haber conseguido poner, con total claridad y la mayor rapidez, ¡los sellos en los repartidos!. Nosotros ni entendíamos de qué sellos y de qué repartidos hablaba. Y tuvo que explicarnos que para que cada Consejero pudiera opinar sobre los temas a tratar en las sesiones del Consejo Nacional de Gobierno, se le entregaba a cada uno para su estudio los repartidos con los asuntos de cada Ministerio a tratarse en la próxima, cada uno con el sello del Ministerio respectivo para identificarlo.

Imaginen la reacción que suscitó escucharlo decir que ¡poner sellos! era para él un motivo de orgullo: casi nos ahogamos de risa. Sin molestarse, con la mayor seriedad, dijo que en su opinión "todo trabajo es igualmente necesario e importante; hacerlo con total dedicación y poniendo lo mejor de uno mismo es la mayor satisfacción". Todos nos miramos. Dejamos de reírnos. Y yo personalmente me sentí sorprendida y avergonzada: nunca se me había ocurrido pensarlo así. Fue ésa la primera vez que sentí admiración por Juan Carlos.

Sigo con Juan Carlos en 1953. Cuando empezó a trabajar como auxiliar administrativo en la Casa de Gobierno, entonces ubicada donde hoy es la sede del Ministerio de Relaciones Exteriores. Luego se trasladó al Palacio Estévez, en la Plaza Independencia. Continuó siempre en el mismo cargo de auxiliar administrativo, hasta que en 1971 fue nombrado Subsecretario de Relaciones Exteriores. Nunca tuvo un ascenso. Y era lógico puesto que muchos de sus compañeros de trabajo tenían más años en la oficina que él de edad. Pero lo que sí cambió fue la tarea que le asignaron. Al poco tiempo lo enviaron a la Sala del Consejo y poco después, a pedido de los Consejeros, corregía la redacción de lo dicho por cada uno en las Actas, ya que no es lo mismo cómo se habla que lo que queda escrito para leer. Y la satisfacción de que esos pedidos eran tanto de los Consejeros blancos como de los colorados, sin diferencia, todos le tenían confianza.

¡Trabajó allí casi 20 años! Años de compañerismo y de amistades duraderas, de alegrías -con la culminación de la carrera, el matrimonio, los cinco hijos con que Dios nos bendijo y, como toda vida humana, también de dolores con los seis bebés que no llegaron a término y la muerte el último de esos años de su Papá y mi Mamá. También fueron años de sacrificios y de grandes esfuerzos para lograr recibirse de abogado, después del tiempo de retraso por los años dedicados al gremialismo en el Centro de Estudiantes de Derecho. Además del doble empleo desde 1962, necesario económicamente y personalmente gratificante.

En 1971, ya con dos hijos, recién recibido, con las mejores notas, lo fueron a buscar a nuestro apartamento con el ofrecimiento de dos posibilidades de trabajo: un empleo en la Embajada de los Estados Unidos y otro en la Oficina de la Unión Panamerican (OEA), como Oficial de Prensa de la Alianza para el Progreso, iniciada poco antes por John F. Kennedy. No dudó en aceptar este último aunque el sueldo era más bajo porque pensó que desde un organismo internacional iba a poder serle más útil al Uruguay. Era un contrato por un año, que fue renovado hasta que finalmente pasó a integrar la planilla de funcionario de la OEA, primero como Consejero, luego Subdirector, Director y Representante Alterno ante ALALC (hoy ALADI).

El Secretario General de la Unión Panamerican era el Dr. José Antonio Mora Otero, que pudo conocer bien a Juan Carlos y su manera de trabajar, durante esos 9 años en la oficina de OEA.

Así, en abril de 1971, cuando por la renuncia de varios de sus ministros el Presidente Pacheco reorganiza el gabinete, le ofrece el cargo de Ministro de Relaciones Exteriores a José Antonio Mora Otero. Opción inmejorable, conociendo las grandes cualidades personales y el aprecio y respeto de que goza a nivel internaciona el Dr. José Antonio Mora Otero, que éste acepta con sacrificio personal y gran patriotismo, pese a sufrir un doloroso cáncer a los huesos. Pide solamente que quien lo acompañe como Subsecretario sea Juan Carlos Blanco, alguien cuyo trabajo conoce y aprecia y en quien confía.

El 9 de abril de 1971, un inolvidable viernes Santo, acabábamos de cenar en casa, con mis padres, hermanos y sobrinos, cuando sonó el teléfono. Atiendo y, con la más grande de las sorpresas, escucho decir a Susana Nery de Mora Otero: "Rocío, me vas a odiar por esto, pero José Antonio quiere hablar con tu marido y le pide que venga al Victoria Plaza, ya." Juan Carlos va a atender a la cocina (el lugar donde estaba ubicado el teléfono en casa, para bromas de nuestros amigos y por mi comodidad: es donde yo pasaba la mayor parte del tiempo y siempre digo que aunque seguramente hay muchas maneras mejores de mostrar el amor, la que yo se es cocinar para los que amo). Volví a la sala y lo comenté. Papá dijo haber escuchado que Mora sería ministro y que sin duda, conociendo a Juan Carlos, lo llamaba para ofrecerle trabajo con él. Al volver Juan Carlos descartó la idea, explicando que seguramente lo que necesitaba de él era información de la Oficina para la reunión de Cancilleres de OEA que iba a realizarse en Costa Rica en esos días.

Segunda vez en que el destino, como hilo conductor, fue conduciendo a Juan Carlos de uno a otro de los empleos que tuvo sin nunca haberlos buscado

Papá tuvo razón. Y fue por haber elegido un sueldo menor en aras a servir mejor a su Patria, que la extraordinaria coincidencia de haber trabajado 9 años en la Oficina de la OEA en Uruguay mientras el Dr. Mora Otero era el Secretario General fue la razón de que le ofreciera acompañar su gestión en el cargo de Subsecretario de Relaciones Exteriores, al ocupar él la cartera.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Esto va a terminar en librerías, y yo seré de las primeras en comprarlo..............
No demores en escribir el próximo, es interesantísimo,
y los comentarios sobre usos y costumbres de época, una delicia.

Anónimo dijo...

que buena idea has tenido rocio de participarnos un poco más de la historia de nuestro pais,de la historia real yverdadera ,en estos tiempos tan enrarecidos yque tanto se habla de estos temas.Estamos conociendo la verdadera historia de alguien que realmente vive lo que predica,el amor al projimo,realmente es un orgullo,ser contados entre sus amigos y nosotros contarlos entre los nuestros.Quisiera pedirte más fluidez en el tiempo de publicar estos comentarios,que son documentos únicos y fieles de una realidad que no debemos perder de vista.Quisiera escuchar un poco sobre el tratado de limites en el cual,Juan Carlos tanto tuvo que ver.Realmente un ejemplo de cristiano, de padre de familia ,de fiel amigo sin importarle que va a recibir a cambio,el consejero desinterasado y firme en sus convicciones,solo le interesa que quien pida su consejo sienta que se ha comprometido con lo que esta analizando y expresando. Bueno creo que me he extendido demasiado,me depido hasta el proximo comentario con afectuosos saludos en Cristo . Rodolfo ,Merita y María Pia.

Anónimo dijo...

yo tambien espero ansiosa la proxima entrega. que sirva para poner fin a tal injusticia.
y que nos pueda ayudar a los uruguayos a recomponer el ambiente de concordia y buena onda que se vivia
elena